Cara Norte al Midi d’Ossau: la vieja clásica
A la extensa sombra que nos ha acompañado en esta aventura incierta, le sustituye un baño glorioso. Conforme salimos del dominio de la cara norte, los rayos se filtran a través del contorno de la pared. «¿Puedes imaginar cuando esta carrera sea ganada? Girando nuestras caras hacia el sol«. No puedo quitarme esta melodía de la mente, una y otra vez vuelve. El confort del roce del astro rey sobre el cuerpo, que ya necesitaba salir del gris ambiente, y esa típica sonrisa de satisfacción. Esta vez sí, esta vez el Midi d’Ossau no nos da la espalda. Han sido algo más de 4 horas en las que hemos bailado de la mano de su incierto espíritu alpino. Hoy has sido benévolo. Atrás, más de 600 metros de incertidumbre, dudas, miedos, respeto, tensión; valentía, ilusión, pasión. Con los últimos metros de cuerda, ya llegan Oscar y Kike. Al fondo, a lo lejos, los diminutos pinos nos dan una idea de la dimensión de esta cara norte.
Parece que hoy va a salir todo redondo, con lo dados que somos a hacer de un paseo una aventura inolvidable, salpicada de «marrones varios». Y es, en estos momentos, cuando, al abrigo de la impactante estampa, te retomas a otros momentos, a esos, como solíamos llamarlos, «fracasos alpinísticos». Aún me recuerdo junto con Kike en la base de la Muralla de Pombie, cuando era más fuerte la ilusión que la cabeza y la pasión hacía cometer alguna que otra temeridad. Intentar las cuatro puntas sin material ni para unas aceptables reuniones, no acertando ni con el primer largo de la vía, y enmarronándonos de aquella manera, nos puso, sin duda, en su sitio. Aún pasan por mi cabeza la imagen de una cordada descendiendo por la vira que recorre la vertiginosa Muralla de Pombie, ante nuestra fracasada mirada. Pasaron los años; luego, hubo nuevas tentativas, no tan ambiciosas, pero tan poco fue benévolo con nuestro intento a las tres puntas, esta vez la nieve, el no saber donde empezar… Siempre quedaban objetivos, sueños de largas ascensiones por las inmensas pareces de la montaña. Un viaje a través de la cara norte del Midi era, sin duda, uno de ellos.
Puede ser por ello, que llegáramos respetuosos. Como que nos veíamos capaces de salir de la pared cuando el sol estuviera al caer. Pero ansiosos. Allí estaba la Brecha de los Austriacos, que por poco nos la pasamos y la liamos. Quien sabe por donde nos hubiéramos metido a la pared. Menos mal que los franceses, que llevamos por delante, nos han echado un cable. «Alea iacta est». Primeros metros y embarcada; había que haber sacado la cuerda, ¿no? Avanzamos lentos pero sin pausa, repisas, terrazas; adelante una chimenea, por ahí debe ser. Seguimos en nuestra marcha de izquierda a derecha por la pared. Llamativa brecha: la Brecha del gendarme. Continúan las repisas fáciles hasta la espalda noreste de la Punta de Francia. Ambiente sobrecogedor, con el pequeño pico al fondo. Allí se ve toda la vira del Embarradere; otra vez será, hoy tenemos otro camino. Apenas 200 m y saldremos de este angosto lugar. Se nota, se siente. La brecha de los dos Gendarmes. Tan solo queda la parte final.
Ya estamos en el último corredor, vamos encordados por este terreno incierto. Pasos mantenidos, movimientos lentos, seguros, constantes; fisurero aquí, vaga allí, esa grieta para el friend. Los metros van cayendo y, como todo, esto llega a su fin. El sol aparece. Ya hemos franqueado el dominio de la cara norte. Miro al fondo, al abismo, donde aparecen las cabezas de Oscar y Kike, que están saliendo de la pared y se empiezan a bañar en las aguas del astro rey. Esas sonrisas, de haber bailado al son del destino y haber ganado. «¿Puedes imaginar cuando esta carrera sea ganada? Girando nuestras caras hacia el sol«. Claro que lo puedo imaginar.
© Enrique López