Blanco o negro en el Cáucaso
En la calle no para de llover. La tarde ha dado de sí todo lo que podía. Una de esas de domingo, en las que la mente piensa más en el día siguiente, mientras la gente sobrelleva como puede la resaca del día anterior. La cosa es que no podía alargar más la soporífera tarde en la calle y estoy en casa revolviendo cajones. Una sana labor esta, de vez en cuando hay que meterles mano. Todos tenemos algún que otro cajón en los que vamos dejando las cosas más dispares. Llegaron a él de modo aleatorio, desordenado, con la escusa del ya lo ordenaré. La cosa es que tengo uno de esos cajones, en los que se va amontonando de todo, desordenadamente, conforme voy llegando de diferentes viajes. El mapa de Perú, garabateado con líneas que parten del norte y van hacia la amazonia, hacia Ecuador, hacia el sur; el mapa del centro de Moscú, en cirílico, todo doblado y manoseado por una semana de uso; un billete de autobús en árabe de cuando visité Marruecos; un folleto de Tallinn, con dos rubias en la portada (estonas supongo); monedas, billetes; un pasaporte caducado, en el que ha quedado la huella de tanta aventura. Remuevo con la mano el interior del cajón, al fondo asoma un periódico doblado, que empieza a tomar el tono de los años. Cuanto recuerdo. Creo que hoy tampoco voy a poder meterle mano a este baúl de los recuerdos, dejaré que me sorprenda de nuevo en el futuro. Ese periódico lo recogí hace algo más de dos años a la que partía del aeropuerto de Moscú rumbo a casa, y se había quedado en el fondo del cajón hasta que hoy ha vuelto a ver de nuevo la luz. Conservado para recordar como podemos ser manejados, como no puede ser que todo sea blanco o negro. La fecha es de agosto de 2008, cuando todo el mundo miraba hacia Beijing y sus juegos olímpicos, y tuvo que desviar la vista hacia el Cáucaso, porque allí Rusia y Georgia, pasaban del deporte a la guerra.
Tan cerca y tan lejos. Estar en esas fechas allí, en el Cáucaso, en la República de Kabardino-Balkaria, Rusia, el lado ruso, más concretamente en el Valle de Baksan, y encontrarte tan ajeno a todo lo que está pasando a tu alrededor, mientras todo el mundo mira lo que se está cociendo allí, en las regiones limítrofes del sur. Habíamos bajado de la montaña, tras una semana de ascensión al monte Elbrus y pasado a los valles que daban a la frontera con Georgía. Valles fronterizos en los que podías ver una tanqueta a pie de pista, no operativa supongo, pero vestigio de un reciente pasado en que infinidad de ellas apuntarían al sur. Con sus puestos militares, zonas restringidas y burocracia de quita y pon. De allí veníamos, de sortear un control militar de ida y venida, sin la documentación pertinente, agazapados en un autobús vacío mientras se levantaba la barrera y el militar saludaba cortesmente al conductor. ¡Baya descarga de adrenalina! Todo con tal de no caer en la burocracia rusa, muchas veces un tanto difusa y corrupta. Estábamos una vez más en nuestro hotel-campamento de Tyrnyauz, que había pasado a ser para nosotros como la base de operaciones en nuestro viaje por el Valle de Baksan. Éramos los bichos raros en el edificio, que estaba lleno de estudiantes en su campamento de verano. Nos empezábamos a mover por las calles de la ciudad como pez en el agua, y eso que unas semanas antes todo se veía de otro color, más negro este. Habíamos caído en esta ciudad del valle, con la ayuda de un ruso que nos contrató un taxí, a cuyo chofer no entendíamos, ni nos entendía, y que nos trajo de forma suicida, dejándonos a pie de la puerta del campamento de verano este. El primer día fue muy duro. Allí sentados en las gradas del campamento, frente al campo de fútbol y la pista de atletismo por la que paseaba la gente, con la mirada perdida y la mente en todos los previsibles problemas que nos íbamos a encontrar. !Qué carajo vamos a hacer aquí, en el culo del mundo, tanto día, sin un puñetero papel de estos que necesitamos! Tyrnyauz era una pequeña ciudad en medio del valle de Baksan, que en invierno recibía al turista ruso en busca de pistas de esquí, pero que ahora en verano estaba relativamente vacía. De construcciones soviéticas, bloques de edificios, sobrios, grises, con fachadas que se desmoronaban. Un gaseoducto recorre el centro de la ciudad, serpenteando arriba y abajo para dejar paso en cada cruce de calles. En el centro de los jardines de la ciudad, la estatua de Lenin vigila este reducto conflictivo del suelo ruso. El cáucaso norte, y en el cáucaso en general se mezclan pueblos, civilizaciones, religiones musulmana, cristiana y judía. No es de extrañar que siempre haya sido una zona caliente, un polvorín que en múltiples ocasiones ha saltado por los aires. Habíamos bajado de la montaña y nos encontrábamos de nuevo en el hotel-campamento de Tyrnyauz. Una habitación muy espartana, en la que hacíamos hora para bajar al comedor a cenar. La tele encendida, aunque no podíamos entender nada, más que ver las imágenes. Poco he visto la tele en Rusia, pero da la impresión de que se han quedado anclados en el tiempo de los espías, la guerra fría, como que es el espejo en el que se refleja la imagen de una rusia que aún no ha salido de esa época y encara el presente con desconfianza. No quiero ni imaginarme el lavado de cerebro que significará esto en las nuevas generaciones. En esas estábamos, descansando, cuando en la tele arrancaba el telediario vespertino con imágenes de guerra en portada, de bombardeos, explosiones, fuego, y como no, el dolor de la población civil. Imágenes que podían ser de cualquiera de las guerras conocidas o desconocidas y muchas de ellas ocultadas. Ni imaginar que no eran muy lejanas. Pensé, cómo se las gastan estos rusos. Y ahí se quedó la cosa. Tuvieron que pasar un par de días para que encontráramos a alguien con el que poder comunicarnos en nuestro rudimentario ingles y aclarar todas las dudas. Imaginaros cuando accedimos por fin a un periódico digital, donde podíamos leer: Guerra en el Cáucaso. Es en esos momentos cuando piensas que en casa tienen que estar que se suben por las paredes. Ves a tu madre gritando: !qué se le habrá perdido a mi hijo por allá! Y cómo explicar que aquí a lo sumo viste el otro día un helicóptero en al lejanía y un convoy de camiones militares que transitaban por la carretera y que te acabas de enterar que están a limpio bombazo a la vuelta de la esquina…, pero que eso aquí no es.
La cuestión es que en esa temporada por tierras, primero del Cáucaso Norte y luego por Moscú, fui absorbiendo como era tratado el tema allá, y claro, cuando volví a casa, vi como era tratado fuera de Rusia. Los rusos se sentían incomprendidos. Se podía ver en la prensa, los habitantes de Osetia del Sur eran las victimas de los bombardeos del gobierno Georgiano y el ejército ruso no había tenido otra opción que salir en su auxilio. Yo no entendía nada. Esta era la versión con la que los medios de comunicación bombardeaba constantemente a toda la población. Frente a esta versión estaba la de fuera de Rusia, en la que el ejército ruso había invadido Georgia y entrado en guerra directa. Me da la impresión que desde arriba hacen y deshacen, manejando a su antojo a los que están por debajo. ¿Blanco o negro? Lo realmente cierto es que la propaganda por ambas partes fue bestial. ¿Qué pensará el joven de Tyrnyauz? ¿y uno de Moscú? ¿un georgiano? ¿un osetio? ¿y el resto? ¿Blanco o negro? A mi no me queda nada claro y cada vez me da más miedo el poder que tienen para manejarnos.
En la parte superior de la portada aparece un tirador olímpico en primera plana, al fondo se puede ver un letrero de Beijing 2008. En la parte inferior, un militar georgiano, esbozando media sonrisa, muy maquiavélica esta (no habrán elegido la foto por azar), mientras apunta con su fusil desde un barracón. El titular: “Georgia’s Olympic war games”. Una pena no haberme guardado un periódico a la que bajé del avión en Madrid, para tener el blanco y el negro de la historia. En todo caso este lo seguiré guardando en el desordenado cajón. Otra tarde lluviosa puede que le meta por fin mano a este baúl de lo recuerdos. Dejaré que me sorprenda de nuevo en el futuro.