Balneario de Panticosa: una mirada al pasado
El balneario de Panticosa es uno de esos lugares que uno desearía que se mantuvieran inalterables; una estrecha carretera, los zigzags en permanente subida y una vez pasado el lago y encontrar los primeros edificios, la carretera terminaba allí. Allí, a más de 1.600 metros de altura y en ese lugar privilegiado, un circo rodeado de cumbres de más de 3.000 m. Imponentes edificios de piedra, decadentes e impresionantes a partes iguales pese a estar entonces casi abandonados, a excepción del Casino y el Gran Hotel. Y ahora un gran Balneario y Hotel.
Ese glamour de otra época, reflejado en las fotos y el cartel publicitario de principios del siglo XX, sigue y seguirá formando parte de la esencia del balneario, aunque muchos lo hayan conocido ya como el moderno Panticosa Resort. El actual espacio termal, con más de 8.500 metros cuadrados dedicados a disfrutar de los beneficios del agua, tiene sus orígenes en la época romana. Desde entonces brotan las aguas termales y mineromedicinales del Manantial de Tiberio, a 53º C y con propiedades beneficiosas para la salud.
Tras un largo periodo histórico en el que el balneario cayó prácticamente en el olvido –hay que tener en cuenta las dificultades de acceso y los frecuentes aludes que sepultaban los manantiales-, durante el Renacimiento y la Ilustración resurgió el interés por las aguas minero-medicinales y la explotación comunal de los baños. En 1693 se construyó la primera ‘Casa de los Baños’. En 1780, el balneario se revalorizó gracias al descubrimiento del ‘manantial del herpes’ y la construcción de una segunda casa de baños.
En 1826 Fernando VII expropia las instalaciones del balneario y su explotación pasa a manos privadas. Es entonces cuando se construyen ocho edificaciones más –hoteles, villas, baños y edificios de servicios- para aprovechar las bondades de las fuentes de aguas mineromedicinales y termales: la fuente de San Agustín, de la Belleza, de la Salud o la fuente de Tiberio, en la que el agua surge de las profundidades de la tierra a altísimas temperaturas y con una elevada concentración de sulfuro, lo que la hace especialmente recomendable para problemas de piel.
El balneario de Panticosa se convirtió, a lo largo del siglo XIX, en uno de los mayores y más prestigiosos de España, una villa balnearia capaz de albergar a más de 1.500 personas –más de las que se alojaban en Santander o San Sebastián- y vivió su época dorada hasta las primeras décadas del s. XX. Por allí pasaron desde el presidente de la Segunda República Española Niceto Alcalá Zamora hasta el premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, que mientras se recuperaba de una enfermedad pulmonar no dejó de practicar una de sus grandes aficiones: la fotografía.
En 1899 el balneario se convirtió en sociedad anónima, Aguas de Panticosa, que sigue manteniendo la administración del balneario y que se ha encargado de la remodelación y gestión de las modernas instalaciones actuales.
En definitiva, este lugar está lleno de magia, encerrado entre los picos de Argualas (3.046 m), Garmo Negro (3.051 m) y los Infiernos (3.082 m), y del que emergen los manantiales termales que forman los ibones de Bachimaña , Brazatos, Azules (una visita al Balneario puede ir acompañada de la excursión a los Ibones Azules), Infierno… y siguen bajando hasta formar el gran ibón navegable de baños, en el mismo balneario.